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El sector humanitario, sumido en una crisis existencial por los recortes de Trump

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Un hombre acarrea un saco de trigo distribuido por USAID en Etiopía. En 2023, la agencia de ayuda estadounidense tenía un presupuesto de 40.000 millones de dólares, con programas activos en más de 100 países. Copyright 2021 The Associated Press. All Rights Reserved

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha venido acompañado de recortes masivos en la ayuda humanitaria. Mientras sobre el terreno ya se dejan sentir los efectos, el personal dedicado a la ayuda humanitaria se enfrenta a un importante cambio en su entorno de trabajo.

Donald Trump aprovechó su regreso a la Casa Blanca, el pasado 20 de enero, para lanzar un ataque sin precedentes contra la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). El republicano calificó a sus responsables de «locos radicales de izquierdas» y —sin aportar ninguna prueba— acusó a la agencia de un «enorme fraude».

A la espera de una nueva evaluación y a petición de Trump, la mayoría de los programas de la agencia —responsable de la ayuda estadounidense al desarrollo y la asistencia humanitaria en todo el mundo— se han suspendido. El secretario de Estado Marco Rubio, el 10 de marzo, declaróEnlace externo que iba a recortarse el 83 % de sus programas.

Este artículo es el primero de una serie de tres capítulos que analiza el futuro de la ayuda humanitaria en un momento en el que Estados Unidos y los principales donantes occidentales se retiran del terreno. La segunda parte examina las posibilidades de que los países emergentes —e incluso los actores privados— cubran el vacío de la financiación. La última parte recorre la historia de la ayuda estadounidense y cómo este país ha consolidado su dominio del sector.

Con un presupuesto, en 2023, de unos 40.000 millones de dólares y programas en más de 100 países, la USAID es responsable de más de la mitad del gasto estadounidense en ayuda —una parte, militar—, que asciende a unos 70.000 millones de dólares anuales.

Entre las iniciativas que se han interrumpido están la distribución de alimentos para las personas afectadas por la sequía y el conflicto en Etiopía y los programas de salud materno-infantil en Haití.

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Manifestación en Washington contra el desmantelamiento de USAID. La noticia ha conmocionado al sector humanitario, que depende de los fondos estadounidense en un 40 %. Copyright 2025 The Associated Press. All Rights Reserved

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El desmantelamiento de la USAID ha conmocionado al sector humanitario, que en un 40 % depende de los fondos estadounidenses. Y aunque resulta difícil calcular el alcance total de los recortes realizados y los que están por llegar, sus efectos ya se están dejando sentir.

En el seno de la ONU varias agencias reciben una financiación sustancial de Estados Unidos, ya sea a través de USAID o directamente del Departamento de Estado. Este es el caso, entre otros, del Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), ONUSIDA e incluso la OMS, de la que la administración Trump ha decidido retirarse.

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Como consecuencia, según la ONU, más de 9 millones de personas en Afganistán corren el riesgo de quedarse sin servicios sanitarios y de protección; en Ucrania podría suspenderse la distribución de efectivo que el año pasado benefició a un millón de personas; y la financiación de los programas para las personas refugiadas de la guerra en Sudán está en peligro de agotarse.  

Además de las Naciones Unidas, muchas ONG también dependen de las contribuciones estadounidenses.  Y estas también lamentan el cierre de muchos proyectos, ya que la administración Trump ha decidido recortar miles de contratos con ONG de todo el mundo.  

+ Si quiere saber más sobre el impacto que los recortes estadounidenses están teniendo sobre todo en los programas de mujeres y VIH, escuche el último episodio de nuestro pódcast Inside Geneva (en inglés).

«Las ONG ahora tienen que tomar decisiones difíciles sobre qué proyectos mantener, cuáles suprimir o cuáles pueden transferirse a otros actores. Estamos hablando de decisiones realmente difíciles, no se trata de recortar solo “la grasa”. Incluso antes de estos recortes, el sistema ya estaba sometido a una dura prueba, sin cubrir las necesidades de millones de personas», explica Eileen Morrow, responsable de política y defensa de ICVA, una red de ONG con sede en Ginebra.

Más de medio millón de personas perderán el acceso regular a los alimentos en Sudán —país sumido en una de las peores crisis del mundo—, mientras que en Yemen, unas 220.000 personas desplazadas ya no podrán beneficiarse de la asistencia sanitaria.

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Incluso las organizaciones que no reciben financiación estadounidense temen que sus socios financiados por Estados Unidos desaparezcan. Las ONG locales, para el apoyo logístico, cuentan sobre el terreno con la presencia de las agencias de la ONU. EPA/LENI KINZLI

«Un jarro de agua fría»

«Para el sector de la ayuda humanitaria se trata de un verdadero jarro de agua fría. Las agencias de ayuda internacional se enfrentan a un abismo en términos de financiación», afirma Véronique de Geoffroy, directora del Grupo URD, un grupo de reflexión especializado.

La amplitud y la rapidez de los recortes estadounidenses han cogido por sorpresa al sector. Pero lo que está sumiendo al sector humanitario en una crisis existencial es la combinación de estos recortes con las reducciones presupuestarias de países que tradicionalmente figuran entre los principales donantes.

El Reino Unido anunció a finales de febrero que iba a reducir su gasto en ayuda del 0,5 al 0,3 % de la renta nacional bruta. En marzo, durante las negociaciones de coalición, el nuevo gobierno alemán dijo que iba a abandonar su objetivo del 0,7 % del producto interior bruto. Otros países, como Bélgica, Francia, Suecia y Suiza, también han dado a conocer recortes en la cooperación internacional y la ayuda humanitaria.

Una buena cantidad de especialistas advierten de que estos recortes podrían acabar provocando el colapso de países actualmente estables, lo que agravaría todavía más las necesidades humanitarias. Un peligro especialmente grave en África, donde uno de cada dos Estados depende de la ayuda exterior para más del 30 % de su gasto sanitario.

Un sector convulsionado

Además de las consecuencias directas, es todo un sector el que ahora se encuentra convulsionado. Los recortes de la administración Trump están causando problemas incluso a las ONG que no dependen del apoyo económico de Estados Unidos. Es el caso de Médicos Sin Fronteras (MSF), cuyo presupuesto global en un 97 % procede de donaciones privadas.

«MSF no trabaja de manera aislada, sino en un ecosistema que hoy está sometido a una presión permanente —explica Tarak Bach Baouab, responsable de incidencia política de MSF Suiza en Ginebra—. Nuestras actividades dependen de la presencia sobre el terreno de socios cuyos recursos están amenazados», reconoce.

MSF, por ejemplo, recibe dosis de vacunas de los ministerios de salud locales. La organización también utiliza el servicio de alquiler de Naciones Unidas para transportar en avión a zonas remotas o inaccesibles a su personal. Y en los campos de refugiados, donde presta asistencia sanitaria, la ONG —para distribuir agua, alimentos y refugio— cuenta con la presencia de otros actores humanitarios.     

«Si estos servicios desaparecen por falta de financiación, deberemos prestarlos nosotros mismos, con un importante coste adicional. O tendremos que abandonar ciertos proyectos», se lamenta Tarak Bach Baouab.

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Tom Fletcher, responsable de la ayuda humanitaria de la ONU, ha pedido al sector humanitario que «vuelva a centrarse», un mensaje que divide. Keystone / Salvatore Di Nolfi

Priorizar, una cuestión arriesgada

Tom Fletcher, responsable de la ayuda humanitaria de la ONU, ha propuestoEnlace externo «un “reinicio” de la ayuda», afirmando que el sector «se enfrenta a una crisis sin precedentes de financiación, moral y legitimidad». Su mensaje al resto del sector: «Tenemos que volver a centrarnos», porque «no podemos seguir haciéndolo todo. […] Con unos recursos drásticamente reducidos, nuestra prioridad absoluta debe ser salvar vidas».

Este mensaje de «dar prioridad» a las personas más vulnerables ha sido bien acogido por algunas personas que trabajan sobre el terreno, que creen que la ayuda humanitaria debe volver a centrarse en la ayuda de emergencia —distribuir agua, alimentos, medicinas y refugio— en vez de también ofrecer servicios a más largo plazo, como educación o fomento del empleo.

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Las necesidades humanitarias mundiales se han disparado en los últimos 20 años. En 2005 se estimaban en 5.000 millones de dólares. La estimación para 2025 era de 47.000 millones, casi diez veces más. Un aumento de las necesidades que ha ido acompañado de un cada vez mayor déficit de financiación. El año pasado, solo se concedió el 43 % de los 50.000 millones de dólares que solicitaron las agencias de la ONU.

El aumento de los conflictos sin resolver y los efectos del cambio climático son factores que explican este incremento de las necesidades. Y hay quien cree que los gobiernos han preferido pedir a las agencias humanitarias que continúen y amplíen su acción a largo plazo en lugar de atajar las causas de estas crisis.

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Es por lo que el mensaje de Tom Fletcher divide tanto. «El problema de esta retórica es que si consigues recortar tus recursos en un 40 %, entonces estás alimentando la narrativa de que el sistema es ineficiente y disfuncional», apunta Tammam Aloudat, director general de The New Humanitarian, un medio de comunicación especializado con sede en Ginebra.

En su opinión, hablar de eficiencia y priorización en lugar de hablar del «fracaso del sistema de solidaridad internacional» permite a los gobiernos que reducen sus contribuciones eludir la responsabilidad de decidir quién seguirá beneficiándose o no de una ayuda vital. Una elección que, según él, va más allá de la responsabilidad moral del personal humanitario.

Cambios duraderos

Hace años que el sector humanitario intenta llevar a cabo reformas; en particular, para asignar más fondos a las ONG locales en vez de a las grandes agencias, más alejadas del terreno.

El sector también se ha fijado como objetivo diversificar sus fuentes de financiación e invertir más en medidas de anticipación y prevención. Pero para la mayoría de especialistas no se ha avanzado lo suficiente.

«Llevamos años reclamando ciertos cambios sistémicos, pero no se han materializado porque hay demasiada inercia. Los tiempos de crisis son una oportunidad para pensar en transformaciones de mayor calado», afirma Véronique de Geoffroy.

Pero el futuro del sector no está nada asegurado, tal y como advierten las personas del sector humanitario a quienes hemos entrevistado. Coinciden en que «es más fácil destruir una casa que reconstruirla», y señalan que mucha gente dejará el sector, las ONG desaparecerán y la opinión pública se acostumbrará a este nuevo paradigma.

Donald Trump está acelerando una lenta erosión del apoyo occidental a la ayuda humanitaria que precede a su segundo mandato. Las razones son múltiples: la guerra de Ucrania, la austeridad pospandémica, pero también el cansancio de los donantes ante conflictos que se enquistan.

Texto revisado por Virginie Mangin. Adaptado del francés por Lupe Calvo / CW.

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Debate
moderado por Dorian Burkhalter

¿Tiene futuro el sector humanitario? ¿Cómo debería ser?

Varios países, entre ellos Estados Unidos y Suiza, han recortado sus presupuestos de ayuda, sumiendo al sector en una crisis existencial. Ante esta situación, ¿qué vías deben explorar las organizaciones humanitarias?

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